miércoles, 21 de octubre de 2009

First blood

A menudo suelo ir a una de las escasas librerías que hay en mi ciudad- sigue siendo un negocio poco rentable- y perderme por sus estanterías sin buscar nada en concreto. Me gusta dejarme llevar, y confieso que suelo cometer el error de juzgar al libro por su portada (así después me he llevado cada bodrio a casa...), al menos de aquellos que me llamen la atención. Y aunque siempre hago caso a las recomendaciones de los conocidos, a lo que a literatura se refiere, también me gusta descubrir pequeños tesoros por mí mismo.

Esta última vez me llevé una sorpresa muy agradable. En una estantería desordenada hallé una novela por la que me he interesado en repetidas ocasiones durante muchos años, pero no sé por qué nunca me dio por buscar a fondo. Se trata de “First blood”, de David Morrell.

Los más espabilados ya habrán caído en la cuenta de que se trata de la novela original en la que se basa una de las mejores películas de los ochenta, protagonizada por el cachas, en auge por aquel entonces, Sylvester Stallone: “Acorralado”.

A los que, como yo, comenten el error de juzgar el libro por su portada, les diré que si tienen prejuicios ante este actor, deben saber que es un tipo luchador que ha escrito grandes guiones. Principalmente el del perfecto antihéroe perdedor que era aquel boxeador apodado “Rocky”. Cuyo guión se estudia en las más prestigiosas escuelas de cine por cumplir el paradigma a la perfección. Además, siempre lo he preferido ante la eterna lucha Stallone- Schwarzenegger, al menos Sly no firma sentencias de muerte entre puro y puro. Pero me estoy desviando del tema, y si David Morrell estuviese aquí diría “aquí estamos para hablar de mi libro”.

Para todos aquellos que hayan visto el film “Acorralado”- quien no lo haya hecho insisto en que se pierde una gran película- decirle que aleje de su memoria todo resquicio de la adaptación cinematográfica a la hora de abordar la novela. Aunque esto no sea posible del todo debido a que la adaptación a la pantalla es muy fiel a su obra homónima, pero sólo en algunos pasajes, como puede ser el comienzo y el desarrollo de la historia a grandes rasgos. A medida que avanza la trama, empezamos a ver ciertas diferencias que se van acentuando, sin abandonar una línea muy paralela al original.
David Morrell sabe escribir muy bien -quiero pensar que también lo han traducido muy bien- y desde la primera página, donde nos describe a un joven desaliñado que camina por la carretera, crea ya un vínculo entre el protagonista y el lector (o una gran empatía con los menos apasionados) que los unirá hasta la última página, a pesar de que no estemos muy de acuerdo con la actitud que toma John Rambo en la mayoría de ocasiones y que le conducen hasta sus últimas consecuencias.

No quiero comparar, ni polemizar, entre si el libro es mejor que la película, -es más, su adaptación a la gran pantalla me parece una de las mejores que se han realizado de una obra literaria-, pero sí es cierto que la profundidad que se le da a los personajes en la novela no se le llega a aplicar en la película por razones obvias. En especial con el jefe de policía Teasle, del que terminamos sabiendo más que del propio Rambo, haciéndonos caer que es tan, o más, protagonista que el propio acorralado. Es la perfecta némesis de nuestro héroe; definidas a la perfección ambas caras de la misma moneda; donde el uno no podría existir sin el otro; creando en la historia tal simbiosis que queda patente que ambos son el mismo, pero no yin y yang ni blanco y negro, sino perfectos imperfectos, cada cual a su manera. A pesar de ser conscientes de que sus acciones los conducirán a un fin trágico y común, no pueden redimirse antes de que este se desencadene.
Seguramente debido a que he visto su adaptación cinematográfica en incontables ocasiones, hace que eche de menos más protagonismo, dentro de la novela, al personaje del coronel Trautman. Al que encarnó en la pantalla el desaparecido Richard Crenna, y que en el film hacía más de figura paterna del protagonista que en la obra original, donde ejerce de frío jefe militar, prescindiendo de cierta calidez a la hora de tratar al personaje.

David Morrell, más conocido por su libro-cómic sobre el capitán América, escribió “First blood” en 1972, reflejando en ella la incomprensión y humillación que sufrieron los veteranos de la guerra de Vietnam que regresaban a casa abatidos por el dolor y las atrocidades a las que se vieron sometidos en aquella incomprensible, como absurda, lucha. Que sólo encontraron reproches y hostilidad como pago a sus servicios por la patria. Jóvenes que se encontraron más desubicados en el país por el que lucharon que en la propia jungla de Vietnam. Todo ello sin ser partidista, ni utilizar todo ese trasfondo como excusa. Sólo se remite a los hechos objetivos, y de como uno de esos chicos pudo llegar a reaccionar de ese modo a esa ingratitud debido a las cicatrices sufridas. Cicatrices tanto físicas como psicológicas, donde el autor nos relata como se producían en forma de breve flashbacks; datos tan necesarios de narrar para que lleguemos a comprender mejor a nuestro personaje.
Novela que consta en su edición de bolsillo de trescientas sesenta y seis páginas. Tan fáciles y amenas de leer, que nos hace desear que realmente fuese posible que las aventuras de Rambo siguiesen acompañándonos en nuestras noches de insomnio, y no sólo a modo de secuelas regulares en un dvd.

viernes, 2 de octubre de 2009

Me gustó más el libro

Hoy en día se habla mucho de la crisis de ideas que inunda Hollywood. Apenas existen producciones con guión original. La mayoría son secuelas, remakes y adaptaciones literarias. Que el cine actual en el 90% de su producción dan arcadas es cierto; pero que, posiblemente, esa máxima de “cualquier tiempo pasado fue mejor” no tiene porque ser del todo cierta.

Desconfío de la literatura: de un buen libro no sale necesariamente una buena película.” Así sentenciaba Alfred Hitchcock las adaptaciones literarias al cine. Irónicamente toda su obra está basada, bien en novelas, bien en obras de teatro. La traslación a la pantalla de obras literarias ha existido desde que se inventó el cine; historias decimonónicas han sido una gran fuente de adaptaciones a lo largo de la corta vida -o larga según se mire- de las imágenes en movimiento.

Sé que no estoy contando nada nuevo, pero adonde quiero llegar con toda esta parrafada, es a esa desconfianza que existe cuando se habla de una nueva adaptación de tal o cual novela. Y como bien se dice se trata de una adaptación, no la fiel reproducción de la obra original sobre el lienzo en blanco que es la pantalla.

Cine y Literatura son dos artes que van de la mano. Ver una película o leer un libro se hace muy personal; parafraseando a Daniel Sempere -protagonista de “La sombra del viento”- un libro es como un espejo, donde podemos ver nuestro interior a medida que nos introducimos en él, lo mismo se puede aplicar a una película. Pero claro, aunque ambos tengan el mismo fin, sus sendas son muy diferentes. Utilizan distintos lenguajes. Mientras que el cine nos debe decir mucho con unos pocos planos, la literatura debe llegar a nuestro interior a base de páginas repletas de palabras, conjugándolas de tal forma, que esos vocablos nos digan mucho más que su significado, llegando a ese nuestro interior que debe reflejar. En el cine vemos en una sola imagen como es el escenario que envuelve a los personajes; la literatura no debe centrarse en ese entorno, debe decirnos cómo es cada recoveco, y qué siente cada personaje al observar cada elemento.

Porque no sólo el cine se nutre de la literatura, ambos forman una simbiosis, donde esta última se ha enriquecido por la influencia de los modos de mirar y por la estructura del cine.

Quien se sienta ofendido ante la “mala” adaptación que se ha realizado de una novela de su devoción, tiene que tener en cuenta que el adaptador de la obra ha de pulverizar el original. Con esos trozos tendrá que componer de nuevo el puzzle, pero esta vez le faltarán piezas; tendrá que rellenar huecos con nuevos elementos; tendrá que darle la vuelta; buscar pegamento e ir cubriendo los vacíos con sus pedazos y ubicarlos en nuevos espacios. Todo ello con tal habilidad que cuando haya concluido su labor, con un solo vistazo, nos debe recordar el dibujo que aparecía en la tapa de la caja originalmente. Siempre hay excepciones, a modo de ejemplo, citaré las tres adaptaciones que ha sufrido una extraordinaria novela como es “Soy Leyenda” (de Richard Matheson). Simplemente esas adaptaciones no se podrían ceñir a lo anterior, por que es precisamente el mensaje final, la propia esencia del original lo que se pierde en su paso al celuloide, ahí es cuando tendremos la certeza de que se ha realizado una mala adaptación.

Raymond Chandler – escritor, guionista y creador del gran detective Philip Marlowe- alegaba que si el 90 por ciento de las películas no vale la pena verlas, el 90 por ciento de los libros en los que se basan tampoco vale la pena leerlos. Así que puede que ese sea el problema, y tendamos a vanagloriar a la novela mientras lapidamos su versión fílmica mientras nos vemos enredados en la conversación que entablaban esos ratones que están zampándose una cinta de celuloide y uno le pregunta al otro, “¿te gusta?, y éste responde: “sí, pero me gustó más el libro.”